Lo que a ti te sienta bien, a mí me hace engordar

O cómo la nutrición de precisión apunta a convertirse en ese jaque a la obesidad que tanto se nos resiste

“No hay una dieta única que encaje para todos, sino que cada persona reacciona a un alimento de forma diferente”,  “Todos los dietistas-nutricionistas estaremos de acuerdo en que, para adelgazar, conviene hacer una dieta restringida en calorías. Ahora bien, hay personas que, por razones genéticas o de otra índole, no responden igual a tomar más proteínas o menos grasas. Unos necesitan comer menos azúcar, otros hacer más ejercicio… Cuando demos con ello seremos capaces de ayudar a la gente”, prosigue el catedrático y miembro honorífico de la Academia Española de Nutrición y Dietética. La nutrición de precisión (adaptada a las particularidades de cada individuo) lleva cocinándose a fuego lento en laboratorios científicos de todo el mundo desde hace ya casi una década. Lo interesante es que ha dejado de ser una entelequia, y los avances en su campo arrojan al fin fotos nítidas. Estamos en el inicio de una gran revolución, coinciden los expertos.

Pan integral y sacarina: dos buenos no tan buenos

Lo que es óptimo para ti puede no serlo para mí, y viceversa. La revelación es un jaque al papelito con dieta manuscrita que pasa de mano en mano y a las pautas generalizadas, que permanecen casi inmóviles desde 1890, con la publicación de la primera guía dietética conocida. “El mensaje que nos dan es el siguiente: si comes así y haces más ejercicio, perderás peso; y si no pierdes peso, es que te falta fuerza de voluntad. Este ha sido otro mantra médico de las últimas décadas. Y, pese a que ahora somos más longevos, a que disponemos de tecnología médica más sofisticada y a que nuestras condiciones de vida han mejorado de manera general, estamos inmersos en una epidemia sin precedentes de obesidad y mala salud crónica, sin un final claro a la vista”.

“Hemos demostrado en nuestros estudios cómo la lógica no funciona. Hay personas que se aferran a la grasa y aunque les pongas dietas muy hipocalóricas no consiguen perder peso. Mientras que cambiándoles solo el tipo de hidratos de carbono, adelgazan. A unos les va mejor el pan blanco que el integral. En unos casos se debe a la genética, en otros, a la microbiota, pero, en la mayor parte de ellos, simplemente no lo sabemos”, explica Ordovás, que ve más viable la confección de tipos de dietas para grupos de individuos, “como las tallas de la ropa”, que pergeñar una directriz dietética para cada persona de este planeta.

Las piezas son valiosas: ahora monta el puzle

La medición del índice glicémico es solo una herramienta más, entre otras, con la que se aspira al diseño de dietas ultraindividualizadas. Por metabolismo, ritmo circadianos, genética… Hay test para todos los gustos. Y son complementarios. “Es como el cuento de las personas ciegas describiendo un elefante basado en qué parte están tocando. Necesitamos esa combinación de información para definir la nutrición de precisión. Cada una de ellas da respuestas parciales y, además, puede que en parte erróneas. El test genético, por ejemplo, contribuye solo de una manera discreta. Cuando hemos estudiado a gemelos idénticos, sus respuestas, ante el mismo alimento, eran bastante diferentes”

No todos necesitamos comer la misma cantidad

Isabel García Pérez es investigadora y profesora de Medicina de Precisión en el Imperial College de Londres. La científica está a punto de presentar en España, su país, la herramienta Melico, con la que aspira a personalizar la dieta de los usuarios a través de un análisis de orina. “La gente es reticente a aportar muestras de heces”, dice respecto al modo más habitual de escudriñar las bacterias que habitan el intestino.

García Pérez ha comprobado, en pruebas con personas y en entornos clínicos cerrados, que sujetos que engullen exactamente lo mismo excretan cantidades de energía muy diferentes por la orina, lo que repercute en que ganen más o menos peso. “Las rutas metabólicas de la energía difieren. Y es lo que estamos investigando”, anota. Tiene claro que todo esto cambiará las cosas solo si se democratiza y es seguido por la mayoría. “Que lo apoyen los sistemas públicos de salud o incluso los seguros privados ayudaría a bajar su precio”, dice. La adherencia también es clave. “En la orina, somos capaces de ver a los dos días si están cambiando las cosas en tu cuerpo de cara a bajar el colesterol o perder peso. Y eso anima al paciente”, sostiene: “Porque, con esto sucede como con las pulseras que cuentan lo que andas: ¿de qué me sirve saber los pasos que doy si eso no me anima a andar más?”. Inteligencia artificial que maneje eficazmente la lluvia de datos, especialistas capaces de interpretar bien la información, más conocimiento científico para establecer relaciones de causalidad, democratización de las herramientas… Parece mucho, pero está al caer. Y quizás sea el cambio de rumbo que necesitaban las estrategias de salud para ganar el pulso a la obesidad. Al menos, es la esperanza que muchos expertos albergan hoy.

FUENTE: EL PAIS